Pues sí, Matías: chimpúm. En
cualquier otro lugar del universo mundo un chimpún sería la manera de acabar.
Como un pispás o un colorín colorado. Pero aquí somos como somos, y el chimpún
lo usamos para todo: desde el comienzo hasta el final. Como en la peli aquella:
“me encanta el olor a pólvora por la mañana” o algo así.
Este mes han sido los primeros
los del Rocío. De la Cruz del Coto se van al Coto de Doñana y acompañan de
chimpunes toda su trayectoria, hasta la avenida de Portugal. Supongo que no
andarán con cohetes por el resto del camino, nadie entendería nuestras
costumbres y los detendrían en cualquier esquina. A la vuelta no van a ser
menos, chimpunes por doquier para anunciar la llegada. ¿No es bastante con
cortar el llanillo para bajar andandico hasta el coto?
Si la religión es una de las grandes pasiones, el fútbol no
lo va a ser menos. Otra oleada de chimpunes porque el Madrid ha ganado no sé
qué cosa. Jugaba contra un equipo italiano, así que todos iban con “el de
aquí”. ¿El de aquí? ¡Pero si la estrella es un chaval de Portugal! En fin, será
eso que dicen de que hay que sentir los colores.
Lo que sí he sentido yo y no precisamente de colores, sino
de olores y sabores, han sido las pitanzas gastrofestivas que se nos han
juntado en un chispo.
En la puerta del excelentísimo el marisco. Luego dice la
gente que lo de la globalización no existe: ¡Si tenemos marisco en Alcalá! Lo
más exótico que he probado yo ha sido el atún con Musa en alguna boda, regado
con un Savin y Pitusa. Alguna gambica también, esporádicamente. Pero ahora no,
ahora tenemos aquí pescado como para llenar cincuenta bacotones y alvariño para
marinarlo. No me preguntes qué es eso, pero algo así como un vino de guisar en
plan pijo.
Yo soy más, ya lo sabes bien, de la tierra que del mar. Así
que tras comerme unas almejas enormes tamaño folio que ni me acuerdo como se
llamaban me bajé al paseo a probar los quesos. Eso sí era sentir y viva la
globalización. Desde Alcalá, Ermita Nueva o Santa Ana hasta las más recónditas
cuevas de La Coruña. Y con vinos de los de toda la vida, de la tierra, nada del
Álvaro ese pajizo que ponían arriba. Con
su chambaico para quitar el Lorenzo de justicia que ha caído estos días se estaba
en la mismísima gloria. Dos pastillas del colesterol me he tenido que tomar,
pero la ocasión lo merecía.
Así que con la barriga llena, la tocha más que castigada, el
gaznate a reventar y los tímpanos como papel de fumar; ¿Qué quieres que te
diga? ¡Que han sido unos días de lujo! Hoy, eso sí, me voy a tomar una sin
alcohol, que ya mismo tenemos la feria encima y toca purificar el cuerpo.
¡Miguelillo! Deja ya el telefónico y llena al múo por estos
roales, que me tienes más hechas que la Marinati a su madre.
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